11 June 2013

CEBOLLA RIMA CON ME CAGO EN NÁ

Ok. Salgo de casa con almuerzo en la mochila. Sigo caminando y me da un olor a cebolla y pienso que es que recogieron la basura en el vecindario. Ya he caminado 7 cuadras, mismo olor, ya demasiado fuerte para mi gusto. Hasta que me doy cuenta que soy yo. Es el pollo que llevo en la mochila. No puedo bregar con la peste, pienso en botarlo, rápido pienso en los que se mueren de hambre, la gente me mira. Nadie sabe que es un pollo, que no son mis axilas. Yo me bañé, me perfumé, me veo presentable. Pero la peste a cebollín se comió el agradable olor de mi perfume. No puedo, el olor ya me está dando naúseas. Busco un zafacón en la plataforma y claro, no hay ninguno. Fui de un lado a otro y nada. Decido subir y perder el tren contar de encontrar un zafacón. Nada. ¡Ni un zafacón! Es el universo, el destino diciéndome que estaría mal botar ese pollo, sería un sacrilegio. Vuelvo a la plataforma que está repleta de gente esperando el F, llega el F y decido que no puedo ser la bomba atómica del vagón. No a las 8:30 de la mañana. Así que decido esperar el próximo y lo único que pienso ahora es donde dejar el pollo. Esa ofrenda que será del agrado de cualquier persona sin hogar que lo encuentre. Asi que me siento a esperar el tren, saco la cartera de mis espejuelos y el pollo que pongo en el asiento en lo que me quito las gafas. Me pongo los espejuelos, guardo la carterita en la mochila. En eso llega el tren, hay dos personas en el banco y espero que se levanten, yo me levanto y entro a último minuto al vagón. Le digo en silencio un feliz adiós a mi pollo y el tren arranca. Sé que al entrar levanter par de miradas. Sí, y no eran mis bembas colorás, tampoco mi camisa de lentejuelas, era la peste a cebolla impregnada en mi mochila de canvas las que las provocó. Yo sé que no podían creer que esa peste saliera de mi. Una mujer peinada, maquillada y bien vestida no puede tener ese sudor de obrero sin desodorantea taaaaan temprano. Y yo, como si conmigo no fuera la cosa. Me senté al lado de un judío ortodoxo, los de la barba larga, sombrero de copa alto y chaqueta larga. Por lo menos de Brooklyn a Mahattan pensarán que él es el que apesta y no yo. Nadie se ofenda, pero entre una nena con lipstick rojo y un señor con capa y barba hasta el pecho, las probabilidades de sudor son más grandes en el señor. Bueno 50 minutos más tarde, estoy esperando el ascensor en mi trabajo y nuevamente la gente busca el protagonista del sobaquín jediondo. ¿Cómo? ¿Quién? La mujer embarazada al frente mío se movió a unos 10 pies. Se los juro. Ya en la oficina tengo que corroborar si mi nariz no miente, asi que le pido a una compañera de trabajo que me huela la camisa en el área de la espalda y su cara confirmó mis sospechas. ¡Nooooooooooo! Al oler el bulto su cara se desfiguró. Saqué todo de la mochila, el abrigo, la sombrilla, unos papeles, todo apestaba a ce-bo-lla. Como 4 hechadas de Febreze y dos fósforos todavía permea la peste en todo lo demás excepto en mi camisa. Al parecer tendré que volver a casa sin mochila, con una bolsa de supermercado.